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jueves, 18 de marzo de 2010

Casas embrujadas (La casa del ahorcado)



Cuenta la historia que un hombre decidió ahorcarse en esta vieja casa, debido a problemas económicos. Desde entonces es conocida como..."La casa del ahorcado".
Suelen escucharse ruidos extraños provenientes de esta construcción maligna...
Y según dicen, a la madrugada puede verse al ahorcado parado junto a la ventana, acomodando su cuerda en el tirante, preparado para dar el salto hacia su muerte...una y otra vez. Quizás se haya librado de sus deudas, pero jamás podrá librarse de vagar eternamente en pena dentro su prisión derruida. Para siempre destinado a cometer suicidio, noche tras noche.




Asco.



Mi perra hizo un enorme charco de meo justo al lado de mis pies. No es cualquier meo, es espeso, muy amarillo, y huele a vejiga enferma. Estuve chapoteando un largo rato en ese liquido, pensando “Que será lo que huele como hamburguesas quemadas?” antes de darme cuenta que navegaba en un mar de deyecciones caninas.
Trague mi propio vomito y limpie el charco hediondo como pude, puse unos papeles absorbentes y tire mucho desodorante, pero el olor aun persiste.



Historia real. Solo para intentar asquear a uno de los 3 lectores del blog.

Por ahí es para lo único que sirvo…dar asco.

Asi que deberia hacerlo.


Dedicado a V.V

sábado, 13 de marzo de 2010



“No aceptes lo habitual como cosa natural.
Porque en tiempos de desorden,
de confusión organizada,
de humanidad deshumanizada,
nada debe parecer natural.
Nada debe parecer imposible de cambiar.”


Bertolt Brecht

lunes, 8 de marzo de 2010

Life's Decay.

Claressa.



Descence.



.

domingo, 7 de marzo de 2010

La vida de los seres.


Los astros incandescentes arrojan fuego y luz sobre el espacio, pero finalmente son devorados por la espesa oscuridad que los rodea. Y somos nosotros pequeñas chispas de los astros, en un serpentear descontrolado…que es nuestra vida. Desde la luz hacia la oscuridad.


viernes, 5 de marzo de 2010

El poder de los caracoles (Parte 2)


Me incorpore lentamente y decidí caminar hacia la casa de mis abuelos. Quizás mis padres estuviesen ahí. En el camino la gente no paraba de observarme. Tres cuadras antes de llegar, un hombre harapiento me detuvo e intento mostrarme algo que llevaba dentro de una bolsa de plástico negra. Bloqueándome el paso, abrió la bolsa en frente de mí, para que pueda observar de cerca su horroroso contenido: Cientos de caracoles devoraban la cabeza de una niña pelirroja. Aparté al hombre de un empujón y corrí velozmente las tres cuadras restantes

Abrí la puerta de la casa, que siempre estaba sin llave (era un barrio tranquilo), entre y grite pidiendo auxilio. Mis abuelos estaban sentados en la escalera, totalmente inexpresivos, y me miraban con ojos que no parpadeaban. Según parecía, mis padres tampoco se encontraban aquí.

- Billy, te estábamos esperando – dijo mi abuela con una sonrisa macabra en sus labios.

- Tienen que ayudarme, algo sucede con los caracoles.

- ¿No te gustaría tomar un te?

- …Bueno.

- ¿De boldo, frutas rojas, caléndula, tilo, celofán o cedron?

- ¿No tenes de canela?

- No, a tu abuelo le provoca gases.

- Entonces supongo que de frutas rojas.

- ¿Cuánta azúcar?

- Siete cucharadas y media – dije con poca seguridad, ya que a veces solía tomar el te con solo 6 cucharadas de azúcar.

Mi abuela se levanto con movimientos extraños que llamaron mi atención y dio la vuelta dirigiéndose a la cocina. En ese momento pude observar, con espanto, que un enorme caracol estaba succionando su medula.


jueves, 4 de marzo de 2010

Inercia.



Pesadillas como telarañas

tendidas dentro de mi ser.

Se congelan las entrañas

En el momento preciso.

No hay hambre, ni sed,

Ni dolor…

Y a la vez se inflaman y laten

como grandes corazones,

secretos tumores mortales.


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http://www.youtube.com/watch?v=OqVPiEiaviI

lunes, 1 de marzo de 2010

La presa.


Mi hermano pequeño y yo estábamos hurgando con unos palos la tierra blanda, que apestaba a grasa y ceniza, del crematorio del valle, un crematorio improvisado y de lo más sencillo: un mero foso casi a ras del suelo en un calvero abierto en medio de una espesa vegetación de arbustos. La bruma del crepúsculo, fría como las aguas subterráneas que manan de los bosques, ya llenaba el fondo del valle; pero sobre la pequeña aldea donde vivíamos, agrupada alrededor de la carretera sin asfaltar, en la falda de la colina, descendía suavemente una luz color vino púrpura. Me incorpore, al tiempo que un débil bostezo llenaba mi boca. Mi hermano también se incorporo, bostezo y me sonrío.
Abandonando la “búsqueda”, arrojamos nuestros palos a la espesura exuberante de las hierbas estivales y, hombro con hombro, tomamos el sendero del bosque que subía al pueblo. Habíamos ido a aquel lugar en busca de pedazos de hueso que tuvieran la forma idónea para ser llevados, como condecoraciones, en el pecho; pero los chiquillos de la aldea ya se lo habían llevado todo y nosotros volvíamos con las manos vacías. Me vería obligado a arrebatárselos a la fuerza a algún compañero de la escuela primaria… recordé de repente lo que, dos días antes, había visto al deslizar una mirada entre las caderas de los adultos que formaban un corro negro alrededor del crematorio, donde quemaban el cadáver de una mujer de la aldea: en medio de la claridad de las llamas, aquel vientre desnudo, hinchado, prominente como un pequeño cerro, y en el rostro ¡aquella expresión de tristeza…! Me estremecí de miedo, apreté con fuerza el enclenque brazo de mi hermano y avive el paso. Me parecía seguir conservando en la nariz el olor del cadáver, tan persistente como el líquido viscoso que desprendían algunos escarabajos cuando los aplastábamos entre nuestros dedos callosos.
La aldea se había visto obligada a utilizar aquel crematorio al aire libre porque la estación de las lluvias, excepcionalmente persistentes, había traído, desde antes del verano, constantes trombas de agua que provocaban inundaciones diarias. Cuando un corrimiento de tierras destruyo el puente colgante por donde pasaba el camino mas corto para ir a la “Ciudad”, cerraron la sección de nuestro pueblo de la escuela primaria; el reparto de correo se había interrumpido; y si a un adulto le resultaba imprescindible ir a “La ciudad”, tenia que hacerlo por la ladera de la montaña, siguiendo un sendero angosto y peligroso. De modo que, entre otras cosas, quedaba excluido el traslado de los muertos al horno crematorio de “La ciudad”.
Sea como fuere, el hecho de quedar casi completamente aislados de “La ciudad" no causaba demasiada pena en nuestra aldea de viejos campesinos que Vivian en un relativo atraso. Cuando los rústicos aldeanos nos encontrábamos con los ciudadanos, nos trataban con una aversión semejante a la que habrían sentido por unos animales sucios, de modo que todo lo que necesitábamos para nuestra vida cotidiana estaba concentrado en ciertos puntos determinados y precisos situados en las laderas que dominaban nuestro estrecho valle. Añadamos a esto que estábamos al principio del verano y que el cierre de la escuela era del agrado de los niños.

Kenzaburo Oé – “La presa “

El poder de los caracoles (Parte 1)


Recuerdo que esa mañana intente levantarme de la cama, y un enorme cuervo negro estaba dentro de mi zapato izquierdo. La cabeza me dolía horriblemente, mis dientes sangraban y mis ojos estaban a punto de explotar.

Escuche ruidos extraños afuera de mi cuarto, parecía como si una mula vieja se rascara contra una pared de yeso. Abrí la puerta y Salí lentamente. La sala tenía un extraño color verdoso y un olor nauseabundo se desprendía de las paredes. Busque a mi madre por toda la casa, pero no la encontré. En la cocina, un pedazo de carne cruda se movía convulsivamente mientras decía “El poder de los caracoles nos controla”. Vinieron a mi memoria como ráfagas, imágenes de mi infancia.

Salí de la casa perturbado e ignore el saludo de mi vecina. Subí a un colectivo sin saber adonde iba, luego me senté en el fondo para observar por la ventana. Entonces las voces en mi cabeza comenzaron a hablar: “Mátalos a todos Billy, Mátalos a todos”. Una señora con un pie más largo que el otro subió al colectivo y se sentó a mi lado. Su cara parecía una fruta seca; Sus labios estaban mal pintados y su cabello se caía a montones.

La anciana no dejaba de mirarme, y esto estaba incomodándome demasiado. De pronto, dejo salir una frase de sus asquerosos labios arrugados y peludos: “El poder de los caracoles nos controla”, Luego se rió a carcajadas una y otra vez.

Huí despavorido de aquel colectivo y corrí 23 cuadras hasta que me canse. Caí agotado sobre el asfalto, y un caracol se arrastro justo delante de mis ojos.

De alguna manera, y por alguna razón, las cosas habían cambiado abruptamente en mi vida…y los caracoles eran la clave. ¿Volvería a ver a mi familia?; ¿A mis amigos?; ¿A mi perro?